Por redacción Mundo Portuario
En un contexto donde la infraestructura portuaria chilena enfrenta presiones crecientes por modernización, eficiencia y adaptación al nuevo comercio internacional, el Puerto de Iquique comienza a tomar un rol protagónico en el norte del país, avanzando desde una función regional acotada hacia un ambicioso posicionamiento como nodo logístico internacional, orientado al comercio boliviano, al Corredor Bioceánico y al tránsito de carga entre Asia y Sudamérica.
Durante décadas, el puerto iquiqueño fue percibido como un terminal secundario, centrado en operaciones de importación a zona franca y movimiento de vehículos. Sin embargo, en los últimos años, impulsado por una estrategia de diversificación y mejora de infraestructura, ha comenzado a levantar el interés de operadores logísticos internacionales, empresas multinacionales y autoridades regionales.
Según cifras de la Empresa Portuaria Iquique (EPI), el terminal ha aumentado sostenidamente su transferencia de carga, pasando de poco más de 1 millón de toneladas en 2019 a más de 1,6 millones en 2024. Este repunte no es casual: responde a una serie de transformaciones estructurales que apuntan a reposicionar al puerto como una alternativa eficiente, competitiva y estratégica dentro del sistema logístico del Cono Sur.
Uno de los factores que ha sido clave es la recuperación del Frente de Atraque Nº 1, destruido por el terremoto de 2014 y reconstruido con tecnología antisísmica y capacidades mejoradas. Esta inversión, junto con la ampliación del área logística portuaria y la habilitación de nuevas áreas de respaldo, ha permitido mejorar la eficiencia de operación, reducir tiempos de espera y ofrecer mayor flexibilidad a los distintos tipos de carga.
A diferencia de los puertos del centro del país, Iquique tiene una ventaja estratégica única: su cercanía a los mercados del altiplano y la macrozona andina. Su acceso directo a Bolivia y al noroeste argentino lo convierten en una puerta de entrada natural para la carga de importación y exportación de esos países sin litoral marítimo. Esta posición ha sido reforzada por el avance del Corredor Bioceánico Vial, una megaobra que conectará puertos brasileños del Atlántico con terminales chilenos en el Pacífico, pasando por Paraguay, Argentina y Bolivia. Iquique, junto con Antofagasta, aparece como uno de los puntos finales clave de esta ruta intercontinental.
Las autoridades regionales y la propia EPI han impulsado una estrategia de relacionamiento comercial con el empresariado boliviano, promoviendo servicios logísticos integrales, mejoras en trazabilidad documental, y simplificación de trámites para cargas en tránsito. Como resultado, el puerto ha logrado recuperar flujos que antes utilizaban Arica o incluso puertos peruanos, y consolidarse como una opción estable, segura y con menores tiempos de operación.
Otro ámbito en el que Iquique ha dado pasos importantes es en la sostenibilidad portuaria. La empresa portuaria ha implementado un programa de eficiencia energética, gestión ambiental y reducción de emisiones, orientado a transformar sus operaciones en un modelo de puerto verde. Aunque aún incipiente, estas iniciativas buscan alinearse con los estándares internacionales exigidos por navieras globales, especialmente aquellas con compromisos ESG (ambientales, sociales y de gobernanza).
En materia de conectividad, uno de los desafíos actuales sigue siendo la capacidad ferroviaria. Hoy, gran parte de la carga se moviliza por camiones, lo que encarece los costos logísticos y afecta la competitividad. Si bien existe una línea férrea histórica hacia Oruro (Bolivia), su operación es limitada y requiere renovación profunda. Distintos actores han propuesto que el Estado —a través del Ministerio de Transportes y Entelog— active un plan para revitalizar la conectividad ferroviaria del norte, como eje estructural para el comercio internacional.
Desde el punto de vista tecnológico, el puerto ha avanzado en sistemas de gestión portuaria digital, trazabilidad de contenedores, integración con plataformas logísticas de Zofri y habilitación de plataformas de autogestión para clientes. Sin embargo, aún existen brechas para alcanzar niveles de automatización como los observados en terminales del centro o el extranjero. La ausencia de una Zona de Extensión Portuaria (ZAL) con conectividad directa limita el desarrollo de operaciones intermodales de mayor escala.
El modelo operativo del puerto también ha evolucionado. Se han fortalecido las alianzas con operadores logísticos, agencias de aduana y líneas navieras, con el fin de consolidar una red de servicios integrados que pueda responder a la demanda de carga desde y hacia Asia, vía el Pacífico. En este sentido, el rol de Iquique como plataforma de carga break bulk, granel y rodante es clave, además del crecimiento de contenedores reefer en sectores minero-agroindustriales.
El impulso institucional también ha sido relevante. El Gobierno Regional de Tarapacá ha expresado su interés en que el puerto de Iquique se consolide como un eje estratégico dentro de la política de descentralización portuaria. A esto se suma la creación de la Mesa Público-Privada de Logística del Norte Grande, que reúne a actores del Estado, privados y gremios, y que ha comenzado a trazar una hoja de ruta logística integrada.
A nivel internacional, expertos logísticos destacan que Iquique está en condiciones de transformarse en un “puerto-plataforma” entre Asia y Sudamérica, especialmente para cargas con destino al interior del continente. Esto podría convertirlo en un nodo de valor estratégico si se consolidan las inversiones necesarias y se establecen acuerdos de facilitación comercial entre los países involucrados.
En resumen, el Puerto de Iquique está experimentando una transformación progresiva pero consistente, que lo posiciona más allá del rol tradicional de terminal costero nortino. Con un entorno logístico en expansión, una mirada estratégica territorial y una mayor integración con la macrozona andina, Iquique se reinventa como una pieza clave del sistema logístico sudamericano. El desafío ahora es sostener ese crecimiento con infraestructura moderna, conectividad efectiva y decisiones políticas que apunten a largo plazo. Porque si el norte se activa, Chile puede mirar de frente al mapa logístico del siglo XXI.
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